jueves, 22 de febrero de 2007

¿Y qué pasó después?

Eso se preguntó mucha gente al leer el antiguo blog que empecé a escribir. A partir de mi cuarto día en Leeds fui abducido por la vida y costumbres de los tepindros. "No te puedes adaptar a ellos", fue la frase reiterativa de María, trabajadora del Instituto Cervantes y hermana de una de mis cuñadas. Gracias a ella pude averiguar algunas de las claves de la ciudad, ya que vive allí desde hace diez años.
Por otro lado, el tremendo dolor de pierna del que me resentía disminuyó. Gracias a eso pude ir a una fiesta de cumpleaños de la vecina italiana de Bárbara, una chica que me acompañó en el vuelo de ida. Nos citamos en el student union de la universidad. Una vez allí, conozco a un montón de italianos que no volvería a ver durante mi estancia. Fuimos al "The Library", un pub cuya estructura externa emula al edificio más emblemático de la ciudad. Nos sentamos alrededor de una mesa y entablo conversación con una de las italianas, mientras Bárbara hace lo propio con otros. No es correcto que dos españoles se pongan a hablar entre ellos, se deben mezclar.
Hoy pienso la conversación tan trivial que tuve con esa chica y me echo a llorar. Con esto no digo que quisiera flirtear con ella, sino que mi inglés era pésimo y tal vez nos habríamos entendido más en un español-italiano y no con un spanglish.
Observo a los tepindros, van borrachos y disfrazados aunque no sea carnaval. Una chica con cara de desesperación, se acerca a nosotros y nos pide un ventolín, iba tan ebria que no lo encontraba en su bolso.
Una mujer mayor entra al local y observa a su hija completamente alcoholizada. En vez de recriminarle su estado se unió a ella para ahogar sus penas. La joven bebía probablemente por un chico que no se fijaba en ella, y la madre quizá porque su marido no le hacía caso.
Tras marchar casi todos, Bárbara y yo acompañamos al "Sports Cafe" a un inglés y la cumpleañera. Después de tomar un par de pints más, me despedí y volví a casa. Aún recuerdo las vueltas que di para llegar, era un pobre ingenuo que no sabía nada de la ciudad. Mi barrio, Burley Road, no es de las mejores zonas de la ciudad y no me asustaba. Después de lo pasado los tres primeros días imaginé que nada podía ir a peor, aunque nunca se sabe.

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