lunes, 12 de marzo de 2007

Edimburgo

Nueve de la mañana, jueves 2 de noviembre, espero en la estación de tren de York a Loli y Antón, amigos de mis padres. En esta ocasión no me desplacé hasta Pocklington, en un pacto tácito nos citamos en un punto caótico neutral para ambas partes.
Se retrasaron y lo entiendí, aún no dominaban las carreteras y llegaron una media hora tarde. Monté en uno de los asientos de atras del mercedes negro de Antón y con la ayuda de un plano intentamos salir de la ciudad para incorporarnos a alguna carretera dirección al oeste. Nuestra pretensión era llegar a una autopista que conduce al norte. A punto estuvimos de darnos de bruces con un audi rojo, Antón como todo conductor europeo está acostumbrado a conducir por el carril derecho y los tepindros tienen la manía de hacerlo por el izquierdo. Al intentar cambiar de trazado se incorporó al carril derecho, fuimos en dirección contraria lo que produjo el encuentro con el susodicho vehículo y gracias a sus frenos no hubo catástrofe.
Tras casi dos horas se obró el milagro y llegamos a la autopista en la que entramos por la dirección opuesta, nos dirigíamos hacia el sur. Quince minutos después milagrosamente divisamos un cambio de sentido y pudimos ir hacia el norte.
El peligro vino anteriormente, una infinidad de campo y carreteras secundarias estrechas que tuvimos que atravesar para llegar a la autopista.
Cinco horas de viaje, llegamos a Escocia y posteriormente a Edimburgo. Entramos por la zona oeste, un atasco de media hora nos bastó para entrar por una zona presidida por casas señoriales. Antón aparca el vehículo mediante pago de la correspondiente tasa de parking público, dos pounds aproximadamente por una hora. Recorrimos parte del centro y por no faltar a la costumbre entramos al Starbucks en esta ocasión para tomar un capuccino.
No pude ver a la vieja friendo huevos ni ningún castillo pero al menos pudimos pasear un rato por la milla real y ver algunas de las curiosas tiendas e Iglesias que la componen.
Decidimos regresar pronto ya que anocheció, hacía mucho frío y no aparecía ningún bus turístico. Edimburgo nos recibió con luz tenue y majestuosidad y la dejamos como una ciudad fría y oscura. Desafortunadamente anduvimos allí poco más de una hora, no es suficiente como para conocer la ciudad y si para quedarse con ganas de más, espero poder repetir.
Para el viaje de vuelta volvimos por una serie de carreteras que bordean la zona este de la isla de los tepindro. Ese camino hubiera sido ideal para la ida con la luz del sol ya que en parte se puede observar la costa, afortundamente no habían muchas nubes y pudimos ver el Mar del Norte. Pasamos por Newcastle, la autovia trasmite una sensación inequivoca de cruzar la ciudad por el centro. Se puede contemplar la ciudad mientras conduces hacia tu izquierda y derecha, millones de luces bordean el camino. La diferencia de viajar por la costa es de dos horas menos, tardamos tres horas en vez de cinco.
Cuando llegamos a York me despidí de Antón y Loli y les deseé un feliz regreso.
Viajar a la capital escocesa en un solo día en coche es una paliza, si algún día vuelvo será con más calma.

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