martes, 6 de marzo de 2007

Germán II

Llega el viernes y tengo clase. No importa, Germán me acompañó a la universidad y lo dejé en la sala de ordenadores para que se entretuviera. Comimos en el dinning room y a la salida nos encontramos a Matías y los presento. Antes de irnos decidimos ir a Londres ese mismo día pero sospechaba que los precios iban a ser caros. Efectivamente, ir en tren cuesta alrededor de unas 100 libras ida y vuelta y buscamos otra opción. Megabus es una empresa que oferta billetes a muy bajo precio entre ciudades del Reino Unido, si lo reservas con antelación puedes viajar por tres libras. Vimos unos billetes por unas 10 libras y decidimos ir a comprarlo a la estación. Craso error cometimos, solo se podía comprar con tarjeta de crédito y te envían un número de referencia que es el equivalente a un billete de viaje. Buscamos por toda la ciudad algún ciber o similar para poder comprar e imprimir los "tickets", no hubo suerte. Desde aquí lanzo un mensaje, aquel que decida montar una sala de ordenadores abierta al público se forra, ni una en todo Leeds.
Era el cumpleaños de Germán y no pudimos celebrarlo donde él quería, optamos por viajar a Manchester, más cercano y menos caro.
Fuimos a la aventura, sin alojamiento reservado. Al llegar anduvimos por la ciudad durante dos horas. Ya había oscurecido y era tarde, no habíamos cenado y todos los hostales estaban llenos. Finalmente decidimos caernos muertos en un muy buen hotel de la cadena Jurys Inn, eso si, pagando unas 65 libras por la habitación. En recepción un chino muy raro tomó los datos y amablemente nos dio la tarjeta.
La habitación era realmente buena y la cama muy cómoda pero estábamos hambrientos.
Al salir intentamos entrar a un italiano a cenar pero ya cerraban, no hubo manera de encontrar un sitio decente, así que fuimos a uno indecente.
El peor fast food que he visto en mi vida, regentado por tres pakistanies de los cuales uno chapurreaba español. Lo peor no fue eso, mientras comíamos hamburguesas de carne de rata unas tepindras se sentaron junto a nosotros. Intentaron flirtear pero por su aspecto ni el cuñao les habría hecho caso. El hispano-pakistaní al observar la desesperación de una de ellas, por comer algo más que hamburguesa, le hizo un gesto. Nosotros decidimos acabar la cutre-cena cuanto antes y salir de allí. Al salir, no pudimos evitar ver entrar en la trastienda a la niña hambrienta para recibir su postre, ¡qué romántico!
No soplamos ninguna vela como otra y quizá no fue el mejor cumpleaños de mi amigo pero nos reimos como nunca.
Al llegar al hotel un señor en la puerta nos pidió la documentación para entrar, un sitio seguro. Subimos reventados para descansar ya que al día siguiente nos tocaba visita cultural.

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